New Balance es una de las marcas de calzado deportivo más reconocidas del mundo, admirada por su estilo sobrio, su comodidad y su historia de innovación. Aunque hoy es sinónimo de calidad y rendimiento, su trayectoria comenzó de una forma muy diferente a la que conocemos en la actualidad: como un emprendimiento centrado en soluciones ortopédicas. A continuación, exploramos cómo una idea nacida de la necesidad y la observación dio paso a una marca que, décadas después, continúa reinventándose sin perder su esencia.
Todo arrancó a principios del siglo XX, cuando William J. Riley, un zapatero inglés que había emigrado a Estados Unidos, dio vida a lo que hoy conocemos como New Balance Arch Support Company. Su proyecto inicial no buscaba crear zapatillas de moda, sino aliviar el dolor y mejorar la salud de los pies a través de soluciones ortopédicas. En ese marco, el cuerpo principal de su negocio eran los soportes para arco y las plantillas ortopédicas, productos pensados para trabajadores que pasaban largas jornadas de pie.
Curiosamente, Riley encontró inspiración en un detalle curioso: las patas de gallina. Observó que estas superficies proporcionaban tres puntos de apoyo que permitían un equilibrio natural y estable. Este hallazgo lo llevó a diseñar soportes de arco con múltiples puntos de contacto, una idea innovadora para la época que sentó las bases de lo que sería la diferencia tecnológica de la empresa en el mundo del calzado.
La evolución hacia los zapatos: de plantillas a modelos con ajuste personalizado
La innovación de Riley no se limitó a los soportes. Con el tiempo, la empresa comenzó a desarrollar soluciones que podían integrarse directamente en el calzado, buscando adaptar cada par a las necesidades específicas de cada usuario. Este camino apuntaba a una mayor comodidad y a una mayor eficiencia en la pisada, dos elementos que, con el paso de los años, se convertirían en señas de identidad de la marca.
La unión de fuerzas y el impulso hacia la personalización
En una etapa posterior, Riley se asoció con Arthur Hall. Esto marcó un punto de inflexión: Hall asumió la responsabilidad de las ventas desde 1998 y desempeñó un papel clave al impulsar un estudio de pisada casero para adaptar los modelos a cada cliente. Esta orientación hacia la personalización fue esencial para transformar una pequeña empresa de componentes ortopédicos en una marca con alcance global.
El salto a la pista y la notoriedad de un calzado distintivo
La innovación continuó cuando la compañía introdujo las New Balance Trackster, un modelo que combinaba una suela dentada y diferentes anchos de arco para ajustarse a diversas necesidades. Este zapato no solo representó un avance técnico, sino que también impulsó a la marca a un nivel de reconocimiento más alto dentro del deporte de élite. La Trackster demostró que la investigación en ajuste, estabilidad y rendimiento podía traducirse en productos que resonaran con atletas profesionales y aficionados.
Un nuevo dueño, una nueva era de crecimiento
En 1972, una compra clave cambió el rumbo de la empresa. Jim Davis adquirió la marca tras quedar fascinado con el rendimiento de las zapatillas y, desde entonces, New Balance comenzó a expandirse a un ritmo más acelerado. El cambio de propiedad no solo trajo una nueva visión, sino también una serie de mejoras en fabricación, branding y distribución. Bajo la nueva dirección, la compañía pasó de vender decenas de miles a miles de pares a nivel mundial y abrió paso a un modelo de negocio más escalable y dinámico.
La fase de crecimiento y la consolidación de un sello distintivo
A partir de la década de 1980, New Balance consolidó su identidad a través de una combinación de innovación tecnológica, calidad de construcción y una estética sobria. Modelos como la línea 620 y la 990 se convirtieron en símbolos de la marca, a precios que para la época representaban un compromiso significativo para el consumidor. Aunque esos costos podían parecer elevados, la promesa de durabilidad, rendimiento y un ajuste cómodo consolidó una base leal de clientes. Figuras destacadas, incluido Steve Jobs, fueron vistas luciendo modelos de New Balance, lo que contribuyó a su aura de prestigio y deseo.
Hoy, New Balance sigue siendo una marca que equilibra lo clásico con la innovación. Su catálogo mantiene esa estética discreta que la ha caracterizado, al tiempo que incorpora avances en amortiguación, materialidad y diseño de suelas que buscan mejorar la pisada y la experiencia de uso.
El éxito de New Balance radica en su capacidad para atender a distintos segmentos: desde deportistas de alto rendimiento hasta personas que buscan calzado cómodo para uso diario. Esta capacidad de adaptarse a necesidades diversas ha sido un pilar que ha sostenido la marca a lo largo de las décadas.
Más allá de las cifras, la historia de New Balance es, en última instancia, una historia de compromiso con el bienestar del usuario. Al enfocarse en soluciones que corrigen la pisada y alivian molestias, la marca creó una filosofía centrada en la salud del pie. Esa filosofía se ha mantenido a lo largo del tiempo, adaptándose a las nuevas tecnologías y a las demandas de un mercado global sin perder la idea original: construir calzado que cuente con un ajuste seguro, cómodo y eficiente.


